Vivir en lo estructuralmente ineludible

¿Y si la espiritualidad fuera la estructura fundamental de todo lo vivo? La espiritualidad no se refiere aquí a sistemas de creencias religiosas ni a la interioridad subjetiva. Se refiere más bien a una dimensión fundamental de la realidad, en la que la relación, el sentido y la conciencia son principios estructurantes. No es, por tanto, una interpretación adicional, sino la expresión racional de la constitución original de todo lo vivo, una dimensión estructuralmente ineludible.

El campo de Higgs. La resistencia
necesaria para que
surja la masa.
El espacio invisible
que da identidad a las partículas.
La grieta en la creación
es, por lo tanto, la condición básica
para la diferencia, el movimiento,
la relación, el devenir.
El momento en el que el uno
se abrió a sí mismo, respirando
amando convertirse en mucho.

Si, por lo tanto, la espiritualidad es la estructura básica de todo lo vivo, entonces la conciencia no sería un subproducto tardío de la materia compleja, sino una característica fundamental de la realidad misma. Cada partícula, cada célula, cada sistema llevaría en sí mismo aspectos de la experiencia interior, de la relación con el mundo, en diferentes profundidades y complejidades.

(Nota: Soy consciente de que con este texto me encuentro en una delicada encrucijada entre la ciencia racional y una comprensión espiritual del mundo que en muchos círculos académicos todavía se considera con escepticismo. No porque sea incorrecta, sino porque se adelanta a la práctica habitual del lenguaje y el pensamiento. Más abajo encontrará comentarios al respecto, así como referencias bibliográficas).

Lo que describimos como materia no sería independiente de la mente, sino su forma de expresión. Las leyes de la naturaleza no serían procesos mecánicos, sino estructuras de un orden espiritual más profundo que se despliega en la diversidad de las formas.

El desarrollo, desde la evolución de las especies biológicas hasta el cambio social y cultural, no tendría solo una dimensión externa y funcional, sino también una interna: la búsqueda de la conciencia, la diferenciación y la integración.

La separación – entre partículas, organismos, personas – no sería la esencia de las cosas, sino un paso necesario en el camino hacia la relación y el reconocimiento mutuo. Cualquier forma de individualidad sería, en lugar de una delimitación, una invitación a la conexión.

La ciencia tendría que replantearse sus conceptos de objetividad y subjetividad. Porque el conocimiento objetivo no sería una separación de lo subjetivo, sino la participación consciente y reflexiva de una mente viva que se encuentra a sí misma en el mundo.

Entonces, la terapia no sería solo la reparación de una funcionalidad dañada, sino, sobre todo, parte de una comprensión biopsicosocio-creativa-espiritual del desarrollo, como acompañamiento de un proceso profundamente autocomprensible: la recuperación de la totalidad oculta que está presente en cada persona, en cada ser.

La educación no significaría principalmente la acumulación de conocimientos, sino el desarrollo de una capacidad interior para reconocer y dar forma al sentido, la coherencia y la vitalidad.

La tecnología no sería simplemente un medio para dominar y controlar el mundo, sino que podría configurarse como una cooperación consciente con las fuerzas creativas de la naturaleza, al servicio de una convivencia sostenible.

La ética también se transformaría: no a partir de una ley externa, sino de la experiencia de una profunda conexión, surgiría la responsabilidad de respetar y promover la vida en todas sus manifestaciones.

Entonces, las religiones, las ciencias y las artes no serían esferas separadas, sino diferentes formas de expresión de la misma realidad: la interpenetración viva de espíritu y materia, sentido y forma, amor y devenir.

Cada respiración sería parte de un ser y un tener en el que lo uno se despliega una y otra vez de forma creativa y diversa para reconocerse y celebrarse a sí mismo en relación.

Si la espiritualidad no se entiende como una creencia, un sentimiento o una opción metafísica, sino como estructura fundamental de todo lo vivo, entonces la relación no es una construcción, la resonancia no es una técnica, la apertura no es un acto voluntario, la percepción de uno mismo y de los demás no es una proyección. Sino una evidencia ontológica.

La relación siempre está ahí, más allá de la transferencia, la necesidad o el análisis. Porque el ser es siempre relación, la vida es siempre resonancia, y la conciencia es siempre convivencia.

Notas sobre este texto:

A algunas personas, el texto anterior les llegará al alma. Especialmente a aquellas que sienten que las antiguas divisiones entre «mente» y «materia», «subjetividad» y «objetividad», «terapia» y «espiritualidad» ya no son viables. La experiencia de numerosas conversaciones demuestra que este texto les hará sentirse comprendidas. También porque intento ofrecer un lenguaje que tiende puentes.

Otros se sentirán irritados. No porque escriba tonterías :-), sino porque implícitamente desafío los fundamentos de su pensamiento. Para los científicos, por ejemplo, la afirmación de que la materia es expresión del espíritu puede parecer una imposición metafísica. Sobre todo si carecen de referencias a la teoría sistémica o a la psicología profunda. Bueno, eso se puede cambiar (bueno, yo no, pero ustedes sí).

Una tercera parte de los lectores me malinterpretará. Algunos, solo por el término «espiritualidad», me encasillarán precipitadamente en el ámbito «esotérico». Sobre todo si leen de forma superficial y no conocen el contexto de mi trabajo y, sobre todo, a mí. Bueno, es un riesgo, pero no fatal. Porque yo digo lo que pienso. Algo que solo me pertenece a mí. Eso es valioso en un sistema científico que cada vez más anhela impulsos transdisciplinarios.

Claro que también polarizo. Pero no porque quiera provocar. Sino porque, probablemente desde pequeña, aunque hasta ahora no había sido capaz de expresarlo explícitamente, tengo una visión diferente de la realidad. Pero eso no es una desventaja, sino algo necesario. Para abrir espacios en los que la ciencia pueda seguir desarrollándose. Para lo cual, lógicamente, son indispensables el valor y la capacidad de integración.

Una observación al margen, pero no insignificante: que este texto haya sido escrito por una mujer puede ser irrelevante en un mundo ideal. Sin embargo, en el mundo real no carece de importancia. Escribo como persona. Y, sin embargo, consciente o inconscientemente, se me lee como mujer. No porque me defina por mi género, sino porque actúo en un sistema que lee el género. No es una queja. Es una observación. Quizás también una invitación: a escuchar lo que hay más allá de las atribuciones.

Espacios de reflexión en profundidad, para todos aquellos que buscan conexión:

• Ulrike Streck-Plath: Seelenfutter (Alimento para el alma) – Serie de libros https://usplive.de/seelenfutter-buchreihe/ («Seelenfutter» hace referencia a textos que combinan la antropología espiritual, la reflexión sistémica y la profundidad terapéutica, más allá de la dogmática religiosa o los clichés esotéricos).
• Eckhard Frick: Gerufen oder nicht gerufen. Spiritualität in der Psychotherapie (Llamado o no llamado. Espiritualidad en la psicoterapia)
• Arno Gruen: Der Wahnsinn der Normalität (La locura de la normalidad)
• C.G. Jung: Psychologie und Religion (Psicología y religión) / Antwort auf Hiob (Respuesta a Job)
• Otto F. Kernberg: Grenzen des Verstehens (Los límites de la comprensión)
• Niklas Luhmann: Soziale Systeme (Sistemas sociales)
• Roger Penrose: Schatten des Geistes (La sombra de la mente)
• Hartmut Rosa: Resonancia. Una sociología de la relación con el mundo

Esta selección no pretende ser una prueba, sino una invitación: a profundizar, a contradecir, a resonar. Su centro no es la teoría, sino la experiencia vivida en un lenguaje reflexivo.

Más información (actualmente solo en alemán): https://kunstitut.de/